JULIO SABROSO, 4º ESO
Hoy es 11 de septiembre. Como
todos los días, suena el despertador a las 6 de la mañana. Me levanto, me
ducho, desayuno, me lavo los dientes y me voy a trabajar. Realizo el mismo
recorrido de siempre: cruzo a la otra acera, atravieso Times Square y entro en el pequeño edificio de oficinas en el que
trabajo. Al entrar, como todas las mañanas, Tom me grita con gran entusiasmo
“Buenos días, Moha” y yo le respondo con la misma sonrisa de siempre. Tanto en la
oficina como en el resto de lugares, me siento siempre muy querido y respetado.
Sinceramente, no me faltan amigos.
La mañana transcurre con
normalidad, hasta que de pronto comienzo a escuchar gritos en la calle; aumentan
por segundos y, tras ellos, invade las oficinas un golpe estremecedor. Todos
nos asustamos y rápidamente nos acercamos a las ventanas para observar la
catástrofe. Un avión había chocado contra una de las torres gemelas. Yo no
sabía qué hacer; me quedé inmóvil, atónito, no podía dejar de observar lo que
parecía una película de ciencia ficción. Cuando creíamos que la situación no
podía empeorar, otro ensordecedor ruido volvió a invadirnos. La segunda torre
también había sido golpeada por otro avión; no me lo podía creer. Seguía en
estado de shock, inmóvil. Quería
pensar que era una pesadilla, que eso no había pasado, hasta que Tom me dijo
que debíamos ir a ayudar y comprendí que aquello estaba sucediendo de verdad…
Ese día me di cuenta de que
jamás vería algo peor: gente quemada, muertos por el suelo, personas saltando
desde lo alto de las torres huyendo de las llamas… Pasamos todo el día y parte
de la noche intentando ayudar, hasta que nos fuimos cada uno a nuestra
casa.
A la mañana siguiente,
nuestro jefe nos dijo que no fuésemos a trabajar, que descansásemos. En las
noticias decían que fue un atentado terrorista de la “yihad”, unos árabes locos
con los que para nada me identifico, aunque haya nacido en su mismo país.
Me desperté un día más con
el sonido del despertador de mi móvil; realicé la misma rutina de siempre, pero
algo era diferente. Empecé a notar que la gente me miraba. No le di mayor importancia
y continué mi camino. Al entrar en la oficina, todo el mundo se me quedó
mirando, unos con cara de enfado y otros con pánico, yo no entendía nada, hasta
mi amigo Tom estaba diferente conmigo… Unos minutos después recibí una llamada,
era mi jefe, me dijo que tenía que abandonar las oficinas, que ya no trabajaba
ahí.
Yo seguía sin entender nada,
así que decidí coger a solas a Tom y pedirle explicaciones. Le costó, pero
entre excusas me dijo que me tenían miedo por ser “moro”, porque seguro que
llevaba alguna bomba o algo con lo que cometer un atentado. No me lo podía
creer, la gente había empezado a pensar que todos los árabes éramos iguales. Al
principio creí que esto cambiaría con el tiempo, pero no…
Hoy es 1 de enero de 2017 y
seguimos igual. Me siguen mirando raro por ser musulmán y por ello me
discriminan. Hoy mi hijo me ha preguntado “¿qué consiguen los yihadistas con los
atentados?”. Y mi respuesta ha sido por desgracia lo que llevo pensando desde
aquel 11 de septiembre: “Hijo, sólo han logrado que, por su culpa, miren mal al
resto de árabes”.