PATRICIA GAMELLA, 2º ESO B
Solo quiero dormir, pero es imposible, mis
oídos captan gritos, ametralladoras, y si cierro los ojos ya no sé si los
estruendos de las bombas son ciertos o producidos por mi imaginación, de tanto
escucharlos.
Irak es un mar de sangre, no queda nada. A
veces recuerdo que papá me decía que tenía que ser valiente y me hizo
prometerle que cuidaría de mamá y de Sarah, mi hermana, si a él le pasaba algo.
Pero no he cumplido mi promesa, y eso me mata por dentro. Sarah murió hace dos
meses, con tan solo tres años. Un día tuve que ir en busca de agua, y cuando
volví mamá estaba tirada en el suelo con una herida en el abdomen, pero vi que
respiraba. En cambio, Sara estaba en las escaleras, bocabajo. La sangre, su
sangre, corría como río abajo. Nunca podré sacar esa imagen de mi mente. Ya no
respiraba, su corazón ya no latía y creo que el mío también dejó de latir, en
ese preciso instante.
No entiendo la guerra, no entiendo a la
gente que participa en la guerra, no entiendo la sangre, no entiendo las ganas
de matar, no entiendo absolutamente nada…
Mi padre también perdió la batalla de la
vida. Lo ahorcaron sin razón, sin motivo. Pero vi cómo sus ojos se cerraban
lentamente mientras su oxígeno acababa. También vi al hombre de negro, al cual
no se le veía bien el rostro, estaba riéndose, el hombre que había colocado la
soga alrededor del cuello de mi padre, estaba riéndose. Nunca llegué a entender
la razón de su risa. Sería, porque había matado a un hombre sin razón aparente,
porque sentía victoria… No lo sé, lo que sé es que no puedo dormir, no puedo
respirar…
Mi madre llora, ambos lloramos, sabemos que
moriremos si no huimos, pero ¿adónde? Hay 120 km hasta la frontera más cercana,
con Arabia Saudí, donde quizás nos dieran cobijo. Pero en 120 kms a pie hay
millones de bombas, cientos de tiroteos, miles de personas…
Es la única oportunidad de sobrevivir, pero
también la más grande para morir.
Llegó un momento en el cual la vida se hizo
imposible, no había comida, no había agua, no había nada, no había forma de
subsistir. Al salir a la calle solo había cadáveres, que en algún momento
fueron personas, y si tuvieran suerte quizás llegaran a ser felices. Pero había
gente, esa gente a la cual tememos, que no les dejó vivir. No es justo que la
vida de las personas esté en manos de gente que solo quiere hacer daño.
Mi madre me levantó de madrugada, aunque
estaba despierto, no puedo dormir, dijo que era hora de huir, que iban a llegar
y no habría vuelta atrás. Miles de dudas inundaron mi mente pero la más
importante y más repetitiva era: ¿Podremos llegar vivos? Y corrimos, corrimos
mucho, hasta que tuve heridas en los pies. Se hizo de día, se hizo de noche… y
así muchas veces. Ya no sentía los pies, no sentía nada, mi madre estaba
agotada, creo que pasaron cuatro o cinco días y por fin vimos un pequeño lago
en el cual descansamos y sobre todo bebimos agua. Y esto mismo se repitió creo
que unas tres veces en las cuales pasamos rápidamente por ciudades y sólo vimos
a un grupo de armados, pero conseguimos huir. Creo que llevábamos como unos
dieciocho días andando, agotados, deshidratados, desnutridos…
Pero la mañana del decimonoveno día
divisamos a lo lejos una ciudad, estaba allí tan cerca y a la vez tan lejos. Y
mientras yo estaba sumido en mis pensamientos de victoria, estaba tan cerca de
la libertad, el mundo se paró. Solo oía los gritos de mi madre, no recordaba
los últimos dos pasos que había dado, solo recordaba un leve “click” al apoyar
el pie derecho, el cual estaba inmóvil.
No paraba de pensar en el artefacto que
habría debajo de ese simple pie y en que un simple movimiento tan sencillo como
dar un paso me separaba de la muerte.
Solo pude mirar a mi madre, sonreírle,
decirle que la amaba y que huyera, que estaba seguro que llegaría a ser feliz
en la vida. Vi cómo echaba a andar, llorando, en dirección a la libertad en la
cual seguro que podría vivir en paz o por lo menos vivir. Miré al cielo y vi a
mi padre y a mi hermana. Al cerrar los ojos, supe que pronto estaría con ellos.
Abrí los ojos, justo cuando levanté el pie.
Quizás todo había sido una pesadilla. Eso significa que quizás por fin pueda
dormir.
Siento que mil posibilidades nacen dentro
de mí.